viernes, 19 de octubre de 2007

HISTORIAS LABORALES


Hoy pensaba que hace casi 12 años comencé a laborar.
Estuve un año desempleada. Tal cual, un año. Así que, digamos que llevo casi 11 años trabajando.
Hoy me siento insatisfecha e incompleta. No es una historia de nadie, más que mía y algunas veces me abofeteo cuando no reconozco lo que he hecho y lo que he ganado. Incluso, ahora con un nivel de desempleo mayúsculo, que se vuelve insoportable conforme se acerca el fin de año; a veces se me olvida agradecer que tengo un trabajo.
Uno pasa en su historia laboral por aprendizajes que son también vida misma. Sólo quien no distinga entre golpes y azotes, sabe que los trabajos nos procuran desde desazones hasta enfermedades, pasando por pasiones y por olvidos.
Hoy tengo 34 y veo que mi cuerpo y mi mente demandan aspectos que a mis 22, cuando inicié mi historia laboral, ni siquiera eran pensados. Desde el pensamiento de qué voy a trabajar cuando envejezca, si viviré para necesitar de un trabajo, si tendré seguridad social. Si el estudiar psicología me permitirá vivir, oiganme: decentemente... Uff! Lo que más me importaba antes era saber si me alcanzaba para ropa, zapatos, perfumes... Hoy analizo la calidad de la ropa, lo caro de los perfumes y lo poco que les dura el tacón a los zapatos!

También está en si te independizas o no. Y pienso que necesito más cooperación de mis aliados que soy yo, mis capacidades y habilidades. No cuento con mejor recomendación que eso. Y no pienso ser amiga de Slim o de Barraza. Primero los principios! Já!

También lo está en si mi camino laboral lo habré de recorrer viviendo sola o acompañada. Los gastos serían dobles pero más llevaderos. Ahora no sé de qué estamos hechos para correr el riesgo de contar con el apoyo o la manutención de alguien o mejor sola que mal acompañada. Vaya dilema.

Tampoco pretendo dar las nalgas o acostarme con alguien para tener un mejor puesto. Y eso lo digo porque, de verdad, las mujeres nos ponemos más ricas con los años. Y no, prefiero seguir como estoy. Caray! ¿Eso lo hará más o menos difícil?

lunes, 3 de septiembre de 2007

PREGUNTAS AL AIRE


¿Por qué los de treinta queremos tener en lugar de ser?

¿Por qué no me caso y me lleno de hijos?

¿Por qué pienso seguir trabajando hasta que tenga 65 años?

¿Por qué lo que se me antoja, ya se me comienza a ver ridículo? ¿Y ridículo para quién?

¿Por qué ahora es cuando más miedo me da crecer?

¿Por qué no tengo un trabajo de gerente, un auto del año y cero deudas?

¿Por qué no he aprendido a valorar lo grandioso de ser lo que soy?

¿Por qué siento que enfrento mucho en lo que no debería y me escabullo en lo que sí?

¿Por qué me he olvidado de bailar?

¿Por qué he sido tan ambiciosa y no he logrado lo que he querido?

¿Por qué es ahora cuando me doy cuenta que la discreción hace el paso más seguro?

¿Por qué amo a un hombre que me trata de forma maravillosa con mis treintaytantos años encima llenos de intolerancia y caprichos?

¿Por qué mi mamá no esperó a que yo tuviera 70?

¿por qué el narcisismo asoma con cada una de estas preguntas?

¿por qué no me quiero contestar nada de esto el día de hoy?

miércoles, 18 de julio de 2007

UN AMERICANO EN LA CIUDAD DE MÉXICO



NOTA:
A quien lee este blog:





Creado por treintañera y soportado por treintañeras ideas, na más no veo dónde están aquellas ideas que deslumbrarían por ser de quienes nacieron entre el 67 y los 79...


Lorenzo y una servidora damos cuenta de llenar con palabras e ideas este espacio. Já! Creo que la timidez y el riesgo a perder, ocultan sus talentos, treintañeros lectores. En fin!


Disfruten este cuento.






Cuento dedicado a la tarde lluviosa y a una coneja que amo...Pilar Quiriz, dueña de los sueños del conejo.

Por Lorenzo Escalante García.





Vengo por razones normales para mi, irresponsables para la gente que conozco, nadie o casi nadie, esta de acuerdo que alguien después de los treinta años dedique casi todo su tiempo a tomar café y a leer escasamente, para el colmo en el mismo café, pero a mi me vale, a mi lo único que no me gusta es lo predecible que se puede volver uno cuando se regresa al mismo lugar y a la misma hora... “americano grande señor”, pero el problema es como sobrepasar la flojera de ir mas allá. Cualquiera pensaría que se asiste a los cafés con el entendido de encontrar a alguien, y aunque suele pasar, en mi caso es sólo pasarme el tiempo en otro lado, porque yo en el café he encontrado y he perdido como cualquiera, aquí me he venido de pinta en lugar de ir a chambear, aquí he estado triste, alegre, desesperado, rubicundo.
De principio asistía por el puro gusto de ver a las meseras, había una guera de pelo rubio que parecía ser la dueña, muy bonita, de piernas largas y carnosas, en fin un cuerpo rico, pero muy indiferente, durante meses vine sólo por ella y aquí me quede, después me gusto la administradora, chaparrita, pelo rizado, bonita cara, mejores nalgas, pero al final no paso nada y lo único que pude sacarle fue un hola comprometido, ah porque esa es otra de mis aficiones, entusiasmarme con mujeres que sólo en mi silencio saben que me gustan y con las que no pasa absolutamente nada, por cierto, el otro día pude haber logrado mi primer ligue después de varias miradas cruzadas y turbadoras, pero al final del coqueteo de una muchacha de caderas carnosas y sonrisa encantadora todo termino con un... “provecho”. Creo que he tenido mejor suerte con las viejitas, las cuales a la menor provocación se me acercan con sus platicas lánguidas y descubrimientos sobre la eterna juventud, confesiones sobre las bondades del té de manzanilla y el nopal en ayunas para la buena salud no faltan.
Aquí hay de todo, pero mas parroquianos solos que no tiene otra cosa mejor que hacer, aquí esta el doble de Toledo el artista plástico, por lo menos en la actitud nerviosa, es dibujante diría que no malo, pero desgraciadamente gasta mas tiempo en posar al artista en el café que en dibujar. Este lugar como todos tiene su loca particular y su niño de la calle, la loca a veces aterriza en la explanada de enfrente y mantiene mi atención con sus gritos desaforados, llenos de rabia y totalmente fantásticos, es totalmente indefensa pero a veces arremete con quien le recuerda su pasado, ya una vez espanto a una parejilla. Del chavo de la calle poco puedo decir ya que aunque siempre anda por aquí, sólo atiende su negocio y busca constantemente charolear a quien se sorprenda con su historia cada día mas miserable.
Sospecho que después de tanto tiempo de seguir sentado vendrá el predecible...“otro joven” y yo diré sí, por cierto, me intriga mucho que pensaran los empleados de mi, veo que no siempre me miran igual y aunque siguen siendo escasas las pabras que he intercambiado con ellos, creo es suficiente para lograr por lo menos un mal apodo, o será que sólo seré un ingreso mas, pero si me dicen, seguro me dirán el pinché raro, el joven o mas cruel, el gordo mamón, espero que si tengo apodo por lo menos me pongan el que mas me gusta... el loco del americano grande.


* Foto de Gon%alo Borges. Derechos reservados.

lunes, 16 de julio de 2007

CADAVER EXQUISITO


ULTIMA PARTE
III


Celso quedó en topar más tarde a la bandota en el bar de la Titania, una bodeguita en la que sí tocaban rocanrol, pero estaba destinado a la desolación porque se ubica en el mero garibaldi, terreno vernáculo por excelencia. –sale bandota, reviéntese en la Titania, ahí le caigo más al raun. –pinche Ceslo, na´mas no llegas cabrón.
Celso ya había andado algunos pasos y sólo movió circularmente las manos como enrolando los reclamos de su cuate. Porque el bandota era su cuate, aún cuando Celso lo considerara primitivo en sus ideas y aferradamente rocanrolero. Una especie de ortodoxo irreductible de la vestimenta y devoción roquera. Sólo había dos vías para el bandota, pensó: O te gusta el rock o eres puto. Sonrió complaciendo esa ideología y dio vuelta en la calle de Brasil para andar esas callejuelas que cimbran los huesos de quien las camina. Cortó camino por una vecindad de dos salidas para llegar más rápido a la Conchita. La plaza surrealista nutrida de personajes dantescos y de la que centurialmente brotaban jazmines de asfalto como Diana, alias la flais.
Celso se sentó en las escaleras que daban al portón de la iglesia y ahí encendió su cigarro. Se tocó los huesos para comprobar que estaba vivo. Le parecía una condena regresar siempre a la Conchita y releer ahí la carta de la flais. Volvió a tentar el sobre para evocar esa fina cara en forma de cuchillo.
El recuerdo de lo que había empezado en esa misma plaza unos años atrás, arribó puntual a la cabeza de Celso, como cada vez que evocaba a Diana o la flais o Fidelia o como sea que se haya llamado.

El corazón se aceleró cabalgando al pasado, a ese momento en que La conchita todavía no era el basurero humano de hoy, cuando él mismo, pero unos años menos viejo, había fracasado en la lectura de sus poemas en el café bohemio de la avenida Juárez. Había salido abucheado y encolerizado. Escoltado de camaradas que le propinaban caricias verbales que intentaban animarlo y atenuar su pesadumbre: -“pinche gente ignorante, no los peles cels, cuando a esos imbéciles les dicen poesía, no saben más que de Benedetti o Sabines. Tus textos son más densos y roen el alma”-
Esas palabras eran de Elva, incondicional amiga del Cels. Fue quien más se aferró a acompañarlo esa noche, porque lo veía muy pedo y apesadumbrado por el fiasco del evento en el café. Elva le aguantó el paso hasta Bellas Artes, ahí se dio por vencida y le dio su bendición con la copa de vino que había sacado del evento –estás cabrón Cels, me preocupas, pero no soy tu madre, ahí te ves.- Se dio vuelta y vio la figura desgarbada de ese poeta abucheado atravesar torpemente el Eje Central. Lo miró maldecir a los mariachis quienes respondían mentándole la madre.
Increpaba a los mariachis porque decía, eran más putos que las putas. Se prostituían cantando pendejadas sin respetar la esencia del folclor. Gritaba voz en cuello, ¡-honren a José Alfredo, hijos de la chingada! ¡Ése sí era un gran poeta, culeroos!. Al terminar de decir poeta, se le ahogó la palabra. Se sintió sin autoridad para hablar de poesía, le reverberaban las risas y los pasos de la concurrencia que hacía unos momentos abandonaba el café bohemio. Llevado por la frustración, estrelló la botella de vino contra las cortinas del Taconazo Popis y caminó como zombi hasta recobrar conciencia de que estaba sentado en las escaleras de la iglesia de una extraña plaza.

Eran las mismas escaleras en las que ahora fumaba su cigarro sin saber qué lo había llevado hasta ahí este viernes extraño, lleno de simulaciones y escapes al vacío del olvido. Este viernes que se había planteado reventar en pedazos.
Al liberar la ceniza del cigarro, se miró la cicatriz que en la mano le había quedado como resultado de aquel botellazo a la cortina de la zapatería.

Recordó que ese lejano día del poeta humillado, mientras se chupaba la mano para limpiar la sangre, se tendió a lo largo de las escaleras resoplando la peda que traía e intercalando improperios al mundo.
Sin percibir el paso de las horas, estuvo tirado hasta que sintió que estaba rodeado por una bandita de cinco rapaces, cuatro hombres y una chava que sobresalía de los demás. Resaltaba no solo por su género sino por cierto encanto que vibraba con solo tenerle cerca. Los pillos lo veían jocosamente.-ya valió madres-, vaticinó el Cels al tiempo que lo basculeaban.
-No trae ni madres,- decían entre jalones a la gabardina y zapes a la cabeza. La única mujer de la banda, diestramente con sus dedos afilados y cadavéricos le tumbó el reloj. Al revisarle la bolsa trasera, le extrajo un cuadernillo de color verde. Era el cuadernillo de los poemas que recién había leído en el café: “Galería escorial” leyó ella trabajosa y pausadamente, volteando a ver a Celso a los ojos.

Galería escorial era el título de ese libraco de poemas con el que Celso intentó aquella noche magra abrir el mundo de sus ideales literarios. Ahora recordaba que no sólo era el poema que le dio título al cuadernillo, Galeria escorial también fueron las primeras palabras que le escuchó decir a la flais esa madrugada, en que ella con los gavilanes que la acompañaban, intentaron atracarlo.
Una profunda melancolía le invadió el alma. Celso no necesitó volver a palpar el sobre que traía en el saco, para que se le adelgazara el corazón. Bastó con evocar la noche en que se despidió la flais, o Diana o Fidelia, o como quiera que se haya llamado, porque lo que importaba ahora, era que ya no se llamaba. Para Celso todo se reducía a esa carta triste y el recuerdo del atraco fallido, desenlazado en amor hecho trizas.

Como hemorragia, le llegaron una a una las palabras de ese poema que en ese entonces escribió solo por desgarrar el papel, suponiendo sin sentir auténticamente, un amor piadoso. Ahora cerraba el círculo experimentando en carne propia las agujas que ese escrito intentó, infructuosamente, transmitirle a la audiencia del café bohemio:

Galería escorial

El viento enmudece el color de tus ojos.
El calor de tu cuerpo me observa desde un lugar como burlándose de la lejanía
En el color de tus labios adivino la ausencia de mi boca
En la piel del cielo dibujo con mi dedo tu cuerpo.
La lluvia oculta mi llanto.

Pesa sobre mi cuerpo el asco que siento en estos momentos por mí.
Tu silencio me aturde más que los programas de televisión
En el dolor de mis huesos yace el desamor de tu delgada figura a mi cama.
Te beso y me estremece la certeza que en poco tiempo la lámina que sostengo en mis manos terminara por descomponerse.

Celso volvió a ser víctima de la autopista en que a veces se convertía su mente, pensó ráfagas que le flagelaban las entrañas: Cómo adivinar lo que hay detrás de las palabras, cómo recuperar el halito de la muerte, cómo confundir la muerte con el amor, como confundir a los demás con nuestra extrema felicidad, qué es una mujer, un cuerpo, un rostro o sólo una esencia. Por qué la mano de la flais tocó mi poema, por qué mi poema tocó a la flais antes de conocerla, por qué su grupo de gavilleros tuvo que encontrarme en ese momento, cuando lo mejor habría sido desaparecer de la tierra, por qué todos ellos parecían eso … una galería escorial.
Las lágrimas se fueron secando del rostro de Celso y tras dar un suspiro largo y renovante, recordó súbitamente que sus camaradas lo esperaban en el bar de la Titania, se levantó de su estertor y siguió su camino.

Cómplices de este zafio libelo (por orden alfabético)
Lorenzo Escalante
Joaquín Torres
Octubre del 2005

* FOTOGRAFIA DE GON&ALO BORGUES. DERECHOS RESERVADOS.

viernes, 13 de julio de 2007

PARA SUS OJOS




FOTOGRAFIAS DE MR. TOLEDANO. DERECHOS RESERVADOS
SE UTILIZAN SÓLO PARA COMPARTIR CON LOS QUE YA CUMPLIMOS TREINTA O MÁS.

REGALITO DE VIERNES PARA LOS DE TREINTASYMÁS Y PARA AQUELLOS QUE ALCANCEN A VER SU PROPIA REALIDAD...ACOMPAÑENLA DE SUEÑOS Y POSIBILIDADES...


CADAVER EXQUISITO



PARTE II DE III...




AQUI CABE HACER UNA ACLARACIÓN...BUENO, DOS. LA PRIMERA ES QUE EL DICHOSO TITULO DE "EL AMOR PUDRIÉNDOSE POR LAS CALLES" QUE COLOQUE HACE UNOS DIAS, ES ÚNICAMENTE LA PRIMERA PARTE DE CADAVER EXQUISITO Y NO EL TITULO QUE COMPONE EN REALIDAD LA HISTORIA. Y DOS, NO LA CONFORMAN NUEVE, SINO TRES PARTES.




...LUEGO NO ME PREGUNTEN DE DÓNDE SACO LAS IDEAS...




UNA SONORA RECHIFLA PA MI, Y UNA DISCULPA A QUIENES ESCRIBIERON LA HISTORIA...JÁ! Y OTRA A QUIENES NOS LEEN...NOS LEEN?????????




PILARIKA






Por Lorenzo Escalante y Joaquin Torres


II

Parado en la puerta del baño Guzmán charlaba con la Dalila, una vestida del treinta y tres que le caía todos los fines de semana. Bien arreglada, sí daba el gatazo, porque tenía facciones finas y le ayudaba no andar hasta su madre, porque en cuanto se ponía piedrosa, le brotaban los ademanes de machín y hasta se sentaba rascándose los huevos. Su éxito también descansaba en los pechos que se pagó gracias al talón que inició a temprana edad. Guz algo le decía al oído pretextando el ruido de la rocola para acercarse, Dalila escuchaba atenta y después asentía con la cabeza y con el índice sonriéndole al Gumaro, quien fiel a su costumbre ya se había puesto color tomate.
-Estoy pensando irme a trabajar a Veracruz, decía Dalila recargada esperando a que Guzmán le encendiera el cigarro. Soltando el humo remataba, -aquí ya hay mucha competencia, y no hablo de la putería porque esa donde quiera hay, me refiero a mi chamba de estilista, porque yo sí soy una profesional de esto.
-¿de la putería?- preguntó distraídamente Guzmán.
-Nooo. Como estilista, bueno de la putería también. Okey chiquito, déjame miar.
Dalila se adentró en el baño y Guzmán se quedó recargado junto al calendario. Volteó a la mesa de sus compas y los vio clavados en una discusión más. Miró su botella vacía y se dirigió a la mesa para renovar el combustible.
- Ya no se claven- les dijo mientras abría la chela golpeándola contra la mesa, lo cual le daba más seguridad.
-¿Qué transa, ya le llegaste al precio a la Dalila o te prestamos un lana?- decía el bandota mostrando su cartera que llevaba una gran cadena fijada a la hebilla.
-Nel, si na´más estábamos platicando, a mi me gustan las viejas, wey.
¿Y Dalila, qué es? Preguntó Celso mientras giraba el cenicero, - eso es una mujer.- se contestó él sólo. –Se viste como mujer, habla como mujer, camina como mujer, huele como mujer.
-Si huele a pollo y sabe a pollo... es de pollo.- cantó Guzmán recordando un viejo eslogan televisivo.
El bandota posó su mano en medio de la mesa, “no mamen, -reclamó- esas viejas tienen trompa, aunque parezcan lo que parezcan. Algunas estarán muy buenas, pero es artificial, además a lora de lora, ¡toma tu chóstomo!”
- Bueno wey, pero lo que importa es la representación que te haces, cuántos machines se quedan clavados con la imagen de un forrazo y les vale madre si tienen trompa o no-. Celso argumentaba mientras manoteaba al aire. -Además, te aseguro que cualquier carnal que se meta con ellas, se viaja en que es una mujer y cuando se la están felatiando (le gustaba usar esa palabra), la goza sin prejuicios genitales, lo que ves es lo que importa, no la realidad que subyace-.
El bandota se llevó ambas manos a la cabeza -Cálmate Cels, no te pongas denso, aquí no aplican tus choros mareadores, la ñonga es la ñonga- y al que le laten los putos, le atora; vengan como vengan envueltos.
-Ese es otro pedo-, replicó Celso, la onda es que les lata, si les gusta así ¿cuál es la bronca?

El Guzmán los veía discutir. Pensaba en lo ajeno que era para Celso y el Bandota ese tema. Sostenía con sus dos manos la chela, dándole pequeños tragos de cuando en cuando. Sabía que sus cuates no iban a entender que a él le excitaran las vestidas, y que, de igual manera, le gustaran las mujeres. Recordaba la primera vez que había visto una vestida en el cine Atlas, cuando iba en la secundaria. Ella estaba paseándose entre los carteles que se exhibían cerca de los baños y volteaba insistentemente a ver a los asistentes que entregaban su boleto para entrar. En su inocente pubertad, Guzmán y sus cuates pensaron que era mujer, así que esperaron a que entrara a la sala para irse a sentar una fila detrás. Ella lo notó y durante la función echaba los brazos atrás para alcanzar a tocar la cabeza de alguno de ellos; la cabeza que tocó, fue la de Guzmán. Le acarició el cabello y le propinó un jalón fuerte al final, lo cual lo excitó sobremanera. Guzmán nunca podrá olvidar el momento en que decidido, se pasó por debajo de los asientos y revolcándose entre las sustancias pegajosas del piso, llegó hasta la butaca contigua de esa misteriosa mujer. (Acto que, años más tarde él sabría, le ganó la admiración de sus cuates). Sin que mediara palabra, ella ya había tomado la iniciativa y se dirigió sin escalas al miembro del gumarito, cuyo rostro, sobra decirlo, estaba ya más rojo que la alfombra del cine. Los minutos que siguieron se enmarcaron en las notas musicales más tenues que Guzmán haya escuchado, aún cuando en realidad no existiera música en ese momento. El recuerdo era vívido y siempre que evocaba esa imagen del cine Atlas, Guzmán terminaba con la imagen del momento en que posó su mano en la pelvis de la vestida del cine y se encontró una erección, que dadas las circunstancias, le pareció de dimensiones apoteóticas. La imagen se difuminó y Guzmán seguía sosteniendo la botella con ambas manos como si fuera un souvenir del viaje mental que se había aventado.
Escucho la voz del bandota.
-Guzman, ¿qué estás sordo o que chingados, qué si pedimos la otra cubeta, wey?. Llevas como media hora con esa chela-.


Uno sabe donde empieza pero no donde termina. Celso había empezado en unos tacos y ahora qué, ¿seguir chupando? Ese era el dilema, sabrá Dios. Ya una vez había escuchado a Don Panterita decir que cada quien escogía como vivir, y aunque esa vez se refería a otra cosa, esa máxima había hecho mella en el portón mental del Celso, quien con estos pensamientos de caracol se entretenía mientras la cerveza seguía jugando en su garganta. Don panterita, ¿de qué juego de la memoria habrá surgido?, tendría como seis meses que la calaca le había cobrado todas las facturas, y lo único que había dejado era huérfanos y un estilo de vida que el Cabeca, su hijo, había hecho suya.
Al final de cuentas la vida es así, corre y corre como la cerveza y deja, a veces no deja absolutamente nada bueno. Vaya que traía un buen viaje el Celso, de esto no sólo se habían dado cuenta sus compinches de esa noche, también él lo sabia, había quedado así desde la mañana del desafuero, o tal vez desde antes, -que mamadas-, había dicho el bandota con su mentalidad rupestre robustecida por dotaciones diarias de televisión y el exceso seguramente de mala mota, pero bueno, cómo convencer al bandota que todo su mundo se reducía a la Frater, el Guzmán y sus grupos de rock, cuyo cantante lo hacia como si se la estuviera metiendo un negro sin lubricante. ¿Cómo convencerlo que esos hijos de su puta madre otra vez habían hecho de las suyas?, -puta madre- y lo que mas encabrona, es que cuates como el bandota hay por montones, que siempre que sale el tema político salen con su “de todas maneras nos la va a meter quien llegue”, -¡puta!- y tu encantado buey, le había revirado; pero quien sabe a lo mejor el bandota tenia razón: ¿qué caso tenía?
Pero ya estuvo suave de tanto agüite se dijo el Cels, mientras acariciaba la carta que seguía atesorando en la bolsa del saco, casi como una caricia prometida.
¿Otra cubeta patrón? – ¿eh? sí, no mamen, no habíamos quedado ya cabrones refunfuño el cels quien regresaba de ese como trance en el que estaba metido. Es que te clavas compa, o que sí no esta chido mejor nos movemos a otro ladero, contesto de algún lado el Bandota.
-La neta es que ya me cagó este lugar compa y usted está chido.
-Nel yo tengo ganas de escuchar Rock and roll, ¿y tu Guz?.
-Yo me espero un rato, si quieren los alcanzo después.
-Puto si estas esperando tu envase,
-Ya vas de nuez bandota, déjalo, total si le late la Dalila, es su pez.
-¿Cámara y las chelas? pus ahí que se las chinguen, total de todos modos va a pagar el Guzmán.
-No mamen dejen siquiera para la propela.
-Cámara bandota te toca
-¿Otra vez?
-Oh, usted póngase, yo me pongo después.

jueves, 12 de julio de 2007

PALOMO




Por Lorenzo Escalante.






El Palomo era corriente, blanco y adicto al azúcar. Todas las noches cenaba su concha, ya que si no lo hacía, aullaba hasta que despertaran todos los vecinos. O le arrojáramos azúcar a su plato, lo que ocurriera primero.
Mamá siempre nos mandaba por la concha y al principio íbamos solos por ella, ya en la casa se la arrojábamos al hocico; después, con el tiempo, hacíamos que nos acompañara a la panadería, ya allí, después de saborearnos la parte azucarada, le lanzábamos el resto.
Mamá nunca se dio cuenta y si lo hubiera hecho nos hubiera apaleado, y es que cuando regresábamos de la panadería, siempre contábamos como el animal había devorado su pan y ante nuestro propio azoro veíamos como hasta el propio Palomo nos creía.
Palomo murió de muerte natural, naturalmente lo matamos, después de que durante años nos arrancó el pan de la boca.
Nosotros lo planeamos todo, lo llevamos a la panadería como de costumbre y ya allí le lanzamos toda la concha, no sin antes rociarla con veneno de ratas que robamos del ropero, ese que mi abuela tanto quería. Él empezó a retorcerse allí mismo, y ya que no se movía, con un lazo lo jalamos hasta el baldío, el que está atrás de la casa del Gerardo.
Así fue como pudimos saborear concha entera varios días, hasta que después de tantas faltas ya no pudimos justificar su ausencia, y el perro un buen día se perdió, eso le dijimos a mamá, ella, yo y el resto de mis hermanos lo buscamos por todos lados; claro, no aparecía, aunque una semana después lo hizo, pero muerto en el baldío detrás de la casa del Gerardo. Mamá lo descubrió cuando al pasar por allí le llamo la atención un olor muy feo que despedía el lugar y algo blanco que se veía al fondo del lote, Madre lloró mucho ese día por Palomo, y nosotros, naturalmente, también lo hicimos.
Dicen que fue La Doña bruja la que lo mató y nosotros creemos que sí, ya que es una vieja vengativa. Una vez mordió a uno de sus hijos y varios fuimos testigos de cómo lo amenazó de muerte. Ya desde esa vez sólo migajón le empezó a tocar al pobre perro.