Por Lorenzo Escalante y Joaquín Torres
Primera parte de nueve
I
La larga espera para que llegara el viernes, puso a Celso de mal humor, sin embargo, ya para la hora en que se encontraba refinándose unos tacos de lengua, la molestia empezaba a evaporarse igual que el humo que salía del plástico que cubría las carnes en la plancha. Bajó la mirada y vio al perro callejero merodear en busca de un trozo de carne que se hubiese caído. Celso comprobó que su malhumor se había extinguido cuando se dio cuenta que no patearía al perro.
El último sorbo al Jarrito de tamarindo, provocó el eructo que anunciaba como trompeta medieval, el inicio de la contienda, bastaba un buen ánimo y las referencias que le había dado su cuate el Tocatodo para hurgar en la tómbola de la noche. Tras pagar la cena, se restregó el papel estraza en la boca y se dirigió al parabús que va en contra flujo del eje central.
En la ventana de su asiento, se reflejaban los rostros de los pasajeros, que mostraban fastidio, hambre y cansancio, pero Celso iba más bien buscando otros rostros, no quería que fuera un viernes tirado a la basura. Trató de decidir rápidamente en qué esquina bajaría: en Garibaldi, cerca de Reforma para regodearse en la fauna de la plaza de Santa Cecilia, o más hacia la Latino, para adentrarse en las callejuelas del centro que ofrecerían otro panorama. En ese debate andaba cuando se clavó en la exquisitez del charro que se subió a cantar al bus, ataviado con un traje lustroso por los rayos del sol y un sombrero en fase terminal, entonaba paloma negra; su voz demolía los tímpanos, pero el dolor era auténtico cuando sonaba en tonos aguardentosos: “ya agarraste por tu cuenta la parranda”.
Celso volvió la mirada a la ventana y se percató que venía ya Garibaldi, así que agarrándose del tubo, se incorporó e hizo sonar el timbre para que se abrieran las puertas del camión. Esas puertas se abrían para darle paso a su suerte. Parecía que le daban la bienvenida a esa noche de viernes.
Lento su caminar por el exceso de taquechis, al compás del llorido de su estómago herido por la gastritis, regresaron sus pasos del cajón de sus recuerdos, donde de manera instintiva cruzaba este barrio, la plaza, los rasca tripas, las putitas disfrazadas de cantante de ranchero, quienes sólo cantaban arriba de un macho, y luego el mercado, el pozole del Bigos y las quecas de doña Francis...”Qué rápido viaja mi cabeza” masculló casi en silencio el Celso, como si estas palabras fueran acelerador vinieron otra vez las andanzas, dónde se había quedado...el burlesque, La cabaña, donde la Marce hacia faquirismos, amarrada dando vueltas en una tabla de tiro al blanco, mientras soldados ebrios subían a la pasarela con la firme intención de metérsela por todos lados como cuchillos, -“Qué proezas”- rezongó la mente del Celso.
De frente su caminar, seguían el mismo paso sus recuerdos, cuando encontró “La Navaja”, antro de baja nobleza donde no regresaban el cambio, fue entonces que se le atravesó la imagen del Titíco, la cual le hizo sonreír maliciosamente, Seguramente no debió parecerle muy gracioso a este compa cuando después de pagar su chela recibiera de cambio un -“mejor llégale a la verga”; “Ja!, qué culeros” pensó, y siguió su camino como llevado de la mano de Dios, en el fondo se escuchaban gritos y algunos retazos de canciones promocionadas en Cidis piratas, orgullo del antiguo San Juan de Letrán
“...que nunca pruebe licor...” y así andando se fue contando ambulantes mentalmente, haciendo cuentas de lo que dejaría ser padrote de todos ellos, en esas estaba, cuando se topó al Guzmán, curioso mote que no terminaba de ser ni nombre ni apodo.
-¡Qué transita Cels!, ¿qué haciendo?
-Acá buscando pelea compa, ¿y usted?
-Iguanas, qué ¿le caemos al treinta y tres?
-¿Qué no fue en esa periquera donde al Lorenz se lo andaba ligando un joto, que del miedo pago toda la cuenta?
-Sip, pero no pasa nada, ya ves como es de puto, a ver si hay alguna putita a quien meterle mano.
-¡Seguro!, alcanzó a decir a medias el Celso, porque ya el Guzmán había arrancado hacia el putero, ¡seguro! se repitió el Celso, será lo que Dios quiera y siguió al Guz.
La noche empezaba a enfriar y el viento trajo otro pedazo de canción que terminaba o empezaba con “quieero que vengas a mí, yo necesiiito de tí”
De frente al treinta y tres está el Blanquita, teatro que hizo famoso al Resortes y donde Lyn, con un movimiento de culo hacia que más de uno se viniera en seco, ¡qué tiempos!, se dijo Celso, mientras abriendo las puertas de par en par se recreó la pupila observando todo, era temprano y sólo había dos o tres parejillas de putillos al fondo. Se fueron a sentar cerca de la barra, Guzmán no desaprovechó la ocasión para acercarse a la rocola, fue hasta entonces que el Cel se dio cuenta que no había música en el ambiente; una voz ronca que preguntaba –qué les voy a traer,- lo sacó de esa especie de trance, del cual no pudo salir totalmente, antes que otra voz conocida contestara: -tres vickis, no compa,- vaya, si era el bandota.
-Qué pachó bandota.
-Rolando compa y qué con el Guz, según estaba poniendo rolas y mira ya se quedó con el del bigotito, -para eso me gustabas-, le gritó el Bandota al Guz, quien como si fuera descubierto del prepucio, se puso rojo.
-¡Qué onda bandota te fuí a buscar a la Frater!, se acercó voceando el Guzmán.
-No mames yo nada más de lunes a viernes, ya andas viendo a quien mojarle la cola verdad putito.
-Nel estaba viendo quien me pagaba la peda, pero ya llegaste.
-¡La verga qué!, no cojo putos.
A Celso todo esto le llegaba como de muy lejos, como si todavía estuviera en el eje.
-Qué pachó mi Cels, trae algo arriba verdad, clamó el Bandota.
-Nel, lo que pasa es que ver tanto puto me apendeja, pero ya se me va pasar ahora que te me quites de enfrente.
-Se me hace que a usted también le gusta que le midan el aceite, descargó casi inmediatamente el Bandota como si disparara con la lengua, y a Celso le pareció ver a alguien diferente atrás de esos disparos verbales, “todo se pega nada más con juntarse…”, iba a contra atacar, pero fue interrumpido por el mesero, quien sentó la cubeta con las chelas en la mesa y abrió ese abismo que existe en la realidad cuando las presentan bien frías. En el fondo, pero muy en fondo se dejaba escuchar de la rocola“...esa mujer, que tiene corazón de papel...”
Gracias a que el bandota se levantó de la mesa para ir a la rocola a buscar un “blusecito” que jamás iba a encontrar, Celso se quedo sólo por un instante y entre las notas musícales de los terrícolas, buscó dentro de la bolsa de su saco y sintió la carta que conservaba de la flais. Con solo sentir la hoja doblada, su mente proyectó el sobre color verde limón en que le fue entregada la misiva aquel día lluvioso, también pudo ver con el puro tacto, los ojos chispeantes de la flais, esos ojos que siempre parecían preceder una travesura. Lentamente con la otra mano, llevó la Victoria a su boca y bañó el cogote acompañando esa imagen celestial de la flaca, con el sabor de la cebada. Planeaba extraer la carta y leerla por enésima vez, recordaba el inicio: “Querido Celso, excelso”, (siempre celebró ese juego de palabras que ella hacía con su nombre, pero “Celso, pervelso” era su favorito). Antes de que materialmente, sacara la carta del saco, lo devolvió a la realidad el sentón que se dio el bandota en la silla.
-Pinches rocolas, no tienen rock, sólo sus mamadas de Los Caifanes o Fobia, pero ni madres que pongan música de a devis-
Al Celso le costó trabajo aterrizar en el antro de nuevo, a pesar de su habilidad mental, no atinaba a decir nada, seguía con la flais atravesada.
-´ta cabrón- dijo para salir al paso en la charla.
-no te hagas wey, cels, si a ti te late pura onda fresa, el rokcito para putos en el mejor de los casos, porque luego sales con cada mamada, como esa de los ángeles negros, como se llama, ah chinga, se me olvida...
-Debut y despedida, wey, así se llama, es que no te clavas en lo autentico de esas rolitas de antaño, en lo poético de una frase como “soy como un contrato que se archiva, una noche de debut y despedida”, te regodeas en tu música infernal.- Celso ya carburaba otra ves en el contexto del antro, se dio cuenta al percibir como fluían sus palabras con soltura. La imagen de la flais ya se estaba yendo, como la chela que se agotaba.
-Mejor, destápate otra vicky, bandota. Deja de quejarte, que la música es chingona sin importar el género, por cierto, ¿y el Guzmán?